jueves, 19 de enero de 2012

LA MAGIA DE LA RADIO (I)

Nunca había sido muy fan de la radio,  mi abuela tenía un transistor a pilas que permanecía encendido desde primera hora de la mañana hasta la hora de comer y yo era demasiado pequeña para entender lo que decían, así que escuchar esas voces me resultaba muy aburrido. Mi abuela era fiel a la misma emisora, tanto como a la fotografía de Felípe González que tenía en el aparador de la sala de estar y a las misas de domingo. Recuerdo perfectamente la sintonía que precedía los informativos, porque aunque no le prestaba la menor atención a las noticias, el soniquete se repetía unas cuatro veces cada mañana y así, se convirtió en una de las bandas sonoras de mi infancia. Años más tarde, mi madre me demostró que eso del placer por la radio debe ir en los genes, porque ella repitió el mismo patrón que su propia madre. Levantarse, desayunar y pasar la aspiradora escuchando a Luis del Olmo a todo trapo. Todavía hoy es incapaz de dormirse si no deja la radio encendida al lado de la almohada.

Yo no lo entendía, no sentía el mismo placer. Tal vez porque desde mi más tierna infancia he visto a aquellas parejas de mediana edad que paseaban los domingos por la tarde, ella disfrutando del buen tiempo y del brazo de su marido y ellos... del futbol en el transistor. Por algún motivo, no me entraba, me aburria escuchar la radio.

En la universidad tuve mi primer contacto con una radio de verdad. Nos enviaron a hacer una práctica a Punto Radio y allí tuvimos que redactar noticias, preparar una escaleta,, hacer un pequeño radio teatro... fue realmente divertido. Yo creía que al no tener público, sería facilísimo. Solo había que ponerse los auriculares y hablar por un micrófono... pero me equivocaba. El micrófono me aterrorizó, la responsabilidad de hablar sin trabarse, saber en cada momento qué guión había que leer y estar al tanto de las entradas musicales. Ahí me di cuenta de lo profesional que hay que ser para trabajar en la radio.

Y sí, el placer por la radio debe ir en los genes, porque yo me he vuelto como mi madre y mi abuela. Enganchada con el auricular desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, en la oficina, me ayuda a concentrarme mucho más en mi propio trabajo. Soy mucho más productiva con mis tareas, pero al mismo tiempo, tengo un enlace permanente al exterior que me permite divagar, reir, emocionarme y enterarme de cómo va el mundo. Me entretiene, me mantiene informada y estimula mi imaginación cuando pienso en qué habrá detrás de esas voces tan familiares.

Radio Nacional de España cumple hoy 75 años, y lo están celebrando con una programación especial en la que hacen un repaso de su historia y con un homenaje a todos aquellos profesionales que han pasado por esa casa de las ondas. Es bonito escucharlos, porque se siente en las voces el amor por una profesión verdaderamente importante, de gran responsabilidad social, que durante gran parte del pasado siglo, cuando internet ni siquiera se soñaba, llevó los sucesos del mundo exterior a cada hogar, independientemente de la clase social, sexo, condición. La radio era y es para todos. Y desde luego, es innegable que la calidad de sus contenidos supera con creces a su hermana, la televisión.

Esta mañana sucedió algo muy especial en el programa de Juan Ramón Lucas, un momento retro que me hizo volar a esa época pasada que ni siquiera he vivido y por la que, de repente, sentí una extraña nostalgia. Fue un instante de magia en el que, después de rememorar los antiguos radio teatros, dos locutores hicieron una breve representación dramatica de un cuento. Lo más llamativo es que al entrevistarlos, sus voces me parecieron anodinas, la mujer sonaba anciana, con la voz un poco quebrada, y me pregunté si realmente aquella voz sería capaz de transmitir teatralidad a su representación... otra vez me equivoqué, por supuesto.
Os invito a escuchar la transformación de dos personas de la calle en espléndidos actores. El cuento relatado, en realidad, no tiene importancia, pero la transformación de la voz es hipnótica. Y probablemente, os sonará muy familiar, sobre todo a los que tengan niños pequeños en casa.

Para escuchar este fragmento, tendreis que ir hasta el minuto 35 del podcast.













Si os ha gustado y todavía teneis ganas de escuchar algo más, a partir del minuto 17 de este podcast, Emilio Gutierrez Caba y Ramón Langa, representan un breve dialogo de la obra que tienen ahora mismo en cartel en Madrid, "Drácula". De nuevo, el hechizo de la voz en ausencia de la imagen. Es curioso, porque en el cine, uno de los grandes valores de un actor es la expresividad de su cuerpo y su rostro sin palabras. Y en la radio es todo lo contrario, ellos moldean su voz como arcilla fresca. Maravilloso, espero que lo disfruteis:












No hay comentarios: