sábado, 21 de agosto de 2010

ERA EL ROCK DE UNA NOCHE DE VERANO...

En el prólogo de "Mirall trencat", Mercé Rodoreda describe el proceso mágico de creación de sus personajes. Mucho antes de narrar su historia con palabras, incluso antes de crear ese destino para ellos, les proporcionaba el primer aliento de vida mediante la observación de la vida real. Una mujer mayor de mirada dignamente triste que todavía llevaba la esperanza en forma de ramo de claveles dentro de un cesto, un notario que se parecía románticamente a Delacroix, otra mujer que parecía rememorar su juventud mirando a través de las rejas del jardín de un restaurante barcelonés de los años 60...

Reconozco que me he dejado llevar por la inquina y el desprecio hacia lo que no conozco. O más bien, lo que no tengo ni el más mínimo interés en conocer. Tener domicilio estable durante cinco años en el Barrio Gotico es como nacer y vivir en Roma, te rodeas de cosas absolutamente maravillosas que a fuerza de ver cada día se tornan invisibles. Incluso molestas. Hasta llegar al punto de hacerse detestables.

Y esta es mi historia de ardoroso deseo-amor-aprecio-curiosidad-indiferencia-fastido-odio-bomba atómica por la fauna que puebla el barrio más antiguo de Barcelona.

Yo vengo de una ciudad que era pequeña, y hasta cierto punto, sigue siéndolo. Da igual todos los bares y restaurantes pijos que hayan abierto, mi ciudad tiene un punto provinciano que la hace inigualable. Desde allí, todo lo que no se divisaba desde lo alto de sus muros se me hacía deseable y una voz en idioma extranjero me despertaba el ansia inmediata de conocer, así que me puse a disposición del mundo para que me diera las palizas que quisiera en el camino del país que le diera la gana.

Bendita curiosidad, madre de todo conocimiento. Aunque me cansé pronto.La resaca de una paliza te deja hecho polvo.

En fin. Años más tarde, me encuentro un día en el extremo opuesto de la torre de vigía de mi pueblo. Escuchar un idioma extranjero hace que me salgan sarpullidos extremadamente feos y molestos. Ya no me sorprende, ni me admira, ni me embelesa. He tenido y persiste en mi sistema nervioso una sobredosis de extranjeros, más conocida como "la invasión guiri".

Si lo pienso racionalmente, me hago consciente de que son seres humanos, de esos que comen, respiran, sostienen un mapa o una cerveza en la mano y hacen pis (sobre todo, se hacen pis, en cualquier esquina de mi barrio, de hecho). Pero pedirle a mi cerebro que eleve de forma espontánea sus carácterísticas humanas más allá de estas funciones, se me hace harto complicado. En modo piloto automático y sin gafas, los confundo con ovejas. Y yo, que voy siempre despistada, me pregunto a mi misma "¿qué coño hacen tantos rebaños de bichos color cangrejo por las calles de mi barrio?".

Error.

Error-error-error-error.

Mi lógica animadversión ha matado algo muy valioso: la curiosidad y la capacidad de sorpresa. Y me ha regalado una inevitable y vergonzosa compañera de viaje: la soberbia de creerse mejor.

Después de leer extasiada la técnica de Mercé Rodoreda, me he propuesto a mí misma un pequeño reto. Esta noche, al volver del cine y mientras esquivaba como podía uno de los rebaños que invadía sin piedad el único camino que llevaba a mi casa, he realizado el triple salto mortal mental desde el trampolín del prejuício (que es uno de los olímpicos más altos)y me he dejado caer al vacío de la curiosidad:

He mirado a los ojos de la gente.

(Eh! que para mí ha sido toda una proeza...)

Observé a una chica guapa con unos tacones altísimos. Y en lugar de pensar que era una gilipollas por salir a hacer turismo con zancos, me la imaginé vistiéndose en la habitación de su hotel, nerviosa e ilusionada por encontrarse con alguien durante la noche, dudando entre los tacones o las sandalias planas. Y luego, contagiada por la magia de las noches de Barcelona, decidiéndose por los tacones.

Ví a un tío feo que iba de guaperas, con una camisa blanca completamente abierta mostrando el pecho. Intenté no pensar en lo ridículo que era a simple vista y descubrí a un hombre tan inseguro de sí mismo que se porta como un cabrón con las mujeres para subirse autoestima. Como aquel que intenta recuperarse de un gatillazo entre sudores e insultando...

También estaba el gran clásico: la guiri-moreno-gamba-borracha-a-punto-de-potar. La sostenían por las axilas dos chicos, mientras a ella se le iba poniendo la cara cada vez más verde. Y ya no pude evitarlo, reconocí que esa chica también tiene una madre, aunque sea de las que siempre la está poniendo en evidencia porque su novio es un hooligan retrasado y su trabajo de dependienta es una mierda. Y ella llora en el baño cuando su madre no la ve y al salir finje que no ha sucedido nada.

He realizado el esfuerzo y se ha visto recompensado. Las ovejas son personas. Comen, beben, respiran... pero también piensan, se desfogan, sienten, hacen estupideces, se arrepienten, les pican los mosquitos en el trasero... tal como yo. Somos iguales.

Jamás conseguiré crear un personaje con la maestría de la señora Rodoreda, pero un poco de humildad y un mucho de curiosidad para estimular la imaginación será una tarea asequible y bastante satisfactoria.

Alabemos a las musas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Crear personajes como lo hacia la Rodoreda es harto difícil, tanto como humanizar a un trozo de carne venido del norte. Pero tú lo has hecho, poc a poc...

Fino