De nuevo, y para hacer honor a la verdad, reconozco la tendenciosidad a la hora de narrar el segundo acto de esta cruel historia. Y también avanzo un delicioso final feliz para aquellos incapaces de soportar el suspense de la trama.
Como ya habíamos avanzado en capítulos anteriores, la joven esclava se había percatado de que su estabilidad laboral y mental en Muchamierda S.L. pendía de un fino hilo. Dado que era plenamente consciente de tal coyuntura, se había dedicado con frenesí a la tarea de búsqueda de un nuevo lugar donde prestar servicios (laborales).
Aquello había sido la guerra de la artimaña, una carrera de silencioso acoso moral. Era el “o conservo la dignidad largándome yo primero, o estos cabrones me echan y cobro el improcedente…”¿qué hacer? Pues ganó el orgullo, tenía que ser ella la que abriera la puerta de salida con la cabeza bien alta.
La esclava realizó multitud de entrevistas y alguna de ellas, incluso, en horario de trabajo. Todo un arte ese del escaqueo… ¿cómo justificar ante nuestro mítico Sr. Burns aparecer por la oficina en un inusual traje de chaqueta? Si se dio cuenta, fingió como el maldito bellaco que era. La esclava, que no se quedaba atrás en su sentimiento de desprecio, tuvo la tremenda jeta de interrumpir una reunión con su archinémesis para largarse a ver a uno de sus futuribles contratantes. Lo dicho, o era tonto o era tonto, no sé por qué opción decantarme la verdad…
Finalmente, una de las entrevistas dio sus frutos: incorporación inmediata, mejor sueldo, menos horas de trabajo… y sin Burns. Eso fue lo que la enamoró de la oferta. Aceptó ipso facto, por supuesto. La esclava era “libre”.
Como su mamá la había educado en la máxima de “tú queda siempre como una señora”, la esclava se dirigió al despacho de su muy pronto ex-jefe, para comunicarle su inminente baja en el departamento. ¡Y no solo eso, no! Se revistió de una suerte de condescendencia al concederle, de motu propio, los 15 días de preaviso. Esta, al final, también era un poco tonta, porque sabía perfectamente que ya estaban realizando entrevistas para sustituirla…. En fin.
Desgraciadamente en este caso, la elegancia fue unilateral. Escasos días después, otra pringada aceptó el “magnífico” puesto que ella creyó que le habían ofrecido. Y la joven, una tarde de improviso, recibió una llamada del jefe de “Recursos Esclavos” citándola en su despacho al fin de la jornada. Por favor… ¡qué falta de astucia!!!!
Sabiendo lo que iba a suceder, cabreada como una mona y revestida con sus mejores galas de corrección, se fue al despacho de Burns. Con una gran sonrisa (sabiendo que él sabía que eran sus últimas horas en el antro, pero sin saber él que ella sabía exactamente lo mismo), le informó detalladamente de la situación de las tareas del departamento. Tal vez fue una tontería hacerlo, pero su mamá se habría sentido orgullosa: “tu serás un cerdo hijodeputa fagocitador del talento ajeno, pero yo soy una profesional”. Pensó. Y le escupió mentalmente en su cara de imbécil.
La conversación mantenida con el jefe de “Recursos Esclavos” no tuvo nada que envidiar a la que dos semanas atrás se había producido con el mismo Burns. No se conformaban con una fría y cortés despedida, como habría sido lo profesional. No, el objetivo era, por supuesto, que la esclava se fuera humillada y sintiéndose culpable.
De este modo, de la boca del “Gnomo” (cariñoso sobrenombre para este entrañable personaje), surgieron frases como “…yo había apostado por ti para el puesto y me has dejado en mal lugar…” “… en realidad no sé como funciona el departamento, pero tengo entendido que desatendías tus obligaciones…” “…tu actitud era molesta…” “…te despedimos por…” “Un momento, ¡a mi no me despide nadie! ¡La que se va soy yo!” Eso tuvo que decir la esclava durante esa media hora de baboso bla, bla, bla que justificaba el sueldo del repugnante tratante de blancas.
En fin, Pilarín. La esclava se fue dignamente a ejercer de esclava a otros lares. Mantuvo importantes contactos dentro del nido de víboras y fue puntualmente informada de cada movimiento de ficha en las filas de Muchamierda S.L. Su sustituta corrió su misma suerte; y como ella, cuatro empleados más (cifra nada desdeñable en una empresa de aprox. 15 personas).
Pero la esclava, en su fuero interno, sabía que tenía que pasar algo más. Aquello todavía no estaba resuelto, faltaba una pieza del rompecabezas. Nadie la creía, como a Casandra, pero ella esperó pacientemente. Sabía que el día llegaría.
Y, efectivamente, el esperado día llegó…
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