sábado, 20 de diciembre de 2008

GENTE PERDIDA

Esta semana he sido espectadora de un suceso bastante habitual sobre el que generalmente, reflexionamos muy poco. Y escribo sobre el porque me siento moralmente obligada a hacerlo.

Una de estas mañanas (da igual el día, podría haber sido cualquiera), me pasé por el cajero automático del banco antes de ir a trabajar, y vi algo que me pareció extraño desde el primer momento. Había una chica dentro, pero no estaba sacando dinero. Estaba de pie, en una esquina. Iba vestida con un cierto estilo hippy, pero no parecía en absoluto una indigente, tenía un aspecto bastante normal. Pero tenía la mirada perdida…extraña. Simplemente, estaba allí, de pie.

Yo ya estoy contagiada de la frialdad de las grandes ciudades, y aunque su actitud me pareció rara, no le dije nada. No le pregunté si estaba bien. No moví ni un dedo. Me fui a trabajar.

A mediodía, cuatro horas más tarde, tuve que volver al banco. La chica seguía allí, pero en esta ocasión acompañada de varios policías y dos técnicos de ambulancia. Aparentemente estaba bien y la actitud de los policías no era en absoluto agresiva. Los sanitarios le estaban preguntando sus datos personales y ella respondía. Aunque parecía un poco desorientada, pude escuchar cómo les explicaba que había nacido en Santiago. Y por su acento deduje que era chilena.

Evidentemente, no me quedé a hacer corrillo. Hice lo que tenía que hacer y me fui. Se la llevaron en ambulancia y aquí muere la historia.

Me siento avergonzada de mi comportamiento. La vi aquella mañana y supe que sucedía algo raro. Y no hice nada. No sé si es que al final la gran ciudad te anestesia, te hace más precavido o sencillamente, te vuelves egoísta.

Y por otro lado… ¿qué nos pasa a todos?. Vivimos en una vorágine de estrés y cada vez estamos más habituados a ello. El dinero, el trabajo, la familia, los estudios… parece que nos mantenemos en pie por la inercia de la velocidad.

El problema viene cuando algo falla, o directamente, cuando falla todo. Entonces nos quedamos suspendidos en el aire, antes nos movíamos, algo debería hacer que nos moviéramos… ¿qué ha pasado?

Y es entonces cuando nos encontramos con nosotros mismos, sin el aderezo de excusas para tirar hacia delante. No hay nada en lo que apoyarse, nada a lo que culpar, nada que nos haga reaccionar. Nosotros, desnudos y suspendidos en medio de nuestra propia vida. Si el golpe es duro, la pérdida de un trabajo, la desaparición de un ser querido, una alteración importante en nuestra rutina de vida… hay que estar preparado.

¿Cómo se prepara uno para eso? No tengo ni idea… Algunos se aferran a sus sueñes. Otros a la fe, y los hay que poseen una autoconfianza indestructible. Pero todo esto debe existir antes del golpe, para que no te deje seco y paralizado por el terror.

Porque si no, corremos el riesgo de convertirnos en gente perdida, como la chica del cajero. A saber qué le habrá sucedido y cómo habrá llegado hasta allí…

2 comentarios:

María dijo...

La vida de hoy es otra manera de ver la vida. Sentirse culpable es inmadurez, hay que aceptarla o sino se está de acuerdo hacer algo el sentimiento de culpabilidad si que me parece frívolo

LANENITA dijo...

La vida de hoy es otra manera de ver la vida.... la frase en sí es buena. Lo que sucede es que es repetida por cada generación en algún momento. La vida siempre es la vida, igual de cruel o igual de solidaria.

Sentirse culpable es descubrir que has hecho algo erróneo, lamentarlo e intentar no repetirlo.

Frívolo es regocijarse en el sentimiento de culpa para lavar la conciencia sin hacer absolutamente nada por mejorar.

Y cínico es aceptar que la vida es, simplemente, como es.

Si reconocer personal y publicamente un error es inmaduro, espero no madurar nunca entonces.

Muchísimas gracias por tu comentario, Pera. Espero verte más por aquí. Un saludo.